miércoles, 12 de octubre de 2011

El paraje está lleno de vida. Mariposas de todos los colores surcan el cielo, que es de un color naranja intensísimo, lo que hace que algunos de estos bellos insectos con el mismo tono en sus alas se camuflen en el ambiente. Tara y Christine observan como las mariposas vuelan y vuelan, cada vez más alto, hasta perderse en la lejanía de su mundo, su particular mundo en el que solo ellas mandan. Están tumbadas en la fresca "hierba", que es de color rosa chicle y desprende un agradable olor a fresas maduras.

 Tara lleva puesta una larga falda de algodón, a rayas rojas y verdes, y un jersey de franela color caqui, que, a pesar de la temperatura, no le dá nada de calor. Su cabello, que normalmente es corto y negro, con destellos azulados, es ahora una larga melena roja, que le llega hasta los tobillos, y está recogida en un moño al estilo María Antonieta, que es el lugar de donde salen las anteriormente mencionadas mariposas de todos los colores. Tara es, con diferencia, la que más disfruta de estom momentos extravagantes, ya que es la que más imaginación desbordante tiene de las dos.

 Christine lleva unos pantalones cortos azul electricos, con unos leggins amarillos por debajo, y una camiseta corta color celeste que dice: "No dejes que el mundo te controle a ti. Controla tu propio mundo." La camiseta la hizo pensando en su extraño mundo, al que estaban demasiado ocupadas divirtiendose para ponerle un nombre. Su cabello rubio oajizo es ahora una mata de rizos naranjas, como el cielo, imposibles de controlar, que se disparan a su antojo en todas direcciones. Sus ojos, antes de un vulgar marrón oscuro, ahora son de diferente color: uno amarillo chillón y otro negro, lo que le dá un aspecto un tanto siniestro, aunque más loco.

 En la lejanía aparece su amigo Lion, montado en un aerodeslizador color púrpura y lleno de parches. Su pálida cara refleja la malvada felicidad de alguien que sabe que está haciendo algo malo. Sus botas de piel, a pesar de que lleva usandolas por lo menos diez años, no dan signos de envejecimiento, como su dueño. Aunque Tara y Christine llevan acudiendo a ese extraño lugar una década, y han crecido y madurado bastante, Lion sigue siendo el apuesto chico de quince apños que era al principio, y no parece preocuparle mucho esa situación.

 -¡Lion!- exclamó Tara, una vez que el muchacho se hubo bajado de su transporte-  Te hemos dicho mil veces que no utilices el aerodeslizador aquí. No pega con el estilo de este mundo.

 -A veces olvidas que ya soy algo más que un reflejo de tu imaginación, Tara.- se burlo Lion, haciendo muecas- Ahora no puedes mandarme tanto como hace diez años. Lo que es un alivio, porque eres muy mandona.- le guiñó un ojo a Christine, que se ruborizó hasta los pies, como le solía pasar cada vez que Lion le dirigía la palabra. Estaba enamorada de él desde que tenía once años, cuando este le dió un beso al despedirse de ella. A Tara eso le preocupaba, ya que Christine parecía haber olvidado que Lion era una creación suya, no un ser real. Y cada vez que ella intentaba recordárselo, con todo el tacto que poseía, la hacía llorar.

 -¿Estás insinuando algo?- le retó Tara, con cara de pilla- Sabes perfectamente que no te retenemos aquí por la fuerza. Cuando quieras, puedes marcharte.

 -No quiero hacerlo- contestó Lion- me gusta estar aquí, con vosotras. Aunque últimamente, venís menos a visitarme.

 -Ya sabes que venimos todas las veces que nos es posible.- señaló Tara, con tristeza- A nosotras también nos gustaría venir más, ¿no es cierto, Christine?

 -Exacto. Incluso hay veces que me gustaría quedarme aquí para siempre.- Admitió la chica, con cara de amargura.

 -Christine, ¿te pasa algo?- Lion siempre había sido bueno en adivinar los estados de ánimo de los demás, pero sobre todo el de Christine. Siempre habían estado muy unidos.- Sabes que entre nosotros no tenemos secretos, ¿verdad?

 -Bueno... Este curso no está siendo uno de los mejores.

 -¿Por qué?- Tara estaba completamente anonadada. A ella no le había contado nada.

 -La gente... Mis compañeros. Me llaman bicho raro, extraña, loca... Antes no me importaba. Pero es que ahora mis amigas me han dejado de lado. Ellas también me insultan.

 En verdad, Tara se había fijado en que hacía mucho que Christine no iba a casa de una amiga, o traía una a  la suya. Pero no le había dado mayor importancia. Sin embargo, ahora veía que su hermana pequeña estaba sifriendo, y Lion había sido el primero en darse cuenta.

 -No te preocupes, todo saldrá bien.-Este se acercó a Christine y le dio un abrazo. Eso solo hizo que ella llorara aún más.-Venga, tranquila. No deberías hacerles caso. Ellos no son como nosotros. Ni caso.

 Se hacía tarde, y Tara y Christine tuvieron que irse. Después de despedirse de Lion, se cogieron de las manos, y, como hacían desde hace diez años atras, desaparecieron en menos de lo que dura un suspiro.

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